La vida en el centro de refugiados de Accem en Sigüenza (Guadalajara): construir un futuro desde cero
Driss, Juana, Halyna y Basim han dejado todo en busca de una vida mejor tras verse obligados a huir de sus países y buscar asilo en España.
Tienen ese objetivo común, pero también les une el que ha sido su primer cobijo en nuestro país, el centro de refugiados de Accem en Sigüenza (Guadalajara), donde han empezado a construir su futuro desde cero.
Miércoles, diez y media de la mañana, un calor sofocante poco habitual a estas horas en la localidad seguntina obliga a tener abiertas las ventanas y la puerta del aula de español. Dos mujeres y cinco hombres escuchan con atención al profesor y repiten sus palabras.
Es una de las clases a las que asiste Abdul Bashir Basim desde que llegó hace nueve meses a España desde Afganistán y le derivaron al centro de refugiados de Sigüenza, que ha visitado Efe con motivo del Día Mundial del Refugiado que se celebra este 20 de junio.
Del aeropuerto de Kabul al restaurante de Sigüenza
Este afgano, de 27 años, es uno de los más de 2.400 ciudadanos evacuados de Afganistán por España el pasado verano que huían del régimen talibán. Al igual que muchos de sus compatriotas ya cuenta con el estatus de refugiado: "He pedido asilo y me lo han concedido, tengo tarjeta de residencia", explica en un limitado pero voluntarioso español.
Basim, que trabajaba en el aeropuerto de Kabul, huyó con su tío y con él comparte una de las ocho habitaciones dobles que hay en el centro, que dispone de 60 plazas para solicitantes de asilo y 30 para acogida humanitaria.
Además de alojamiento, manutención y cursos de español y de habilidades sociales básicas, los usuarios reciben atención psicológica, apoyo social y orientación para su inserción laboral o para el acceso a la educación y la sanidad.
"Cuando llegué a España no sabía nada de español, ahora con las clases puedo comunicarme un poco", relata este joven que desde hace un mes trabaja como camarero. "Estoy muy contento y todo está bien en la convivencia", asegura Basim, que no obstante anhela volver a su país.
De huir de Ucrania en 2018 a firmar una hipoteca en España en 2022
Tajante es Halyna Hulii cuando se la pregunta si desea regresar a Ucrania. "En España nunca podré sentirme como en Ucrania, pero estoy bien y mi familia también. No quiero volver, deseo que mis amigos y mis padres puedan venir aquí, pero yo no quiero irme", confiesa con lágrimas en los ojos.
Hace cuatro años salió de Ucrania con su hijo de 6 años y su marido, que ya había probado suerte en solitario en Polonia tras estallar la guerra en la zona del Donbas en 2014. Eligieron España porque tenían un amigo en Albacete, allí vivieron un tiempo sin papeles pero al final pidieron ayuda a Accem.
"Quería ir cerca del mar, cuando nos dijeron que íbamos a vivir en Sigüenza, me puse muy triste, no sabía dónde estaba ese pueblo chiquitín, pero nos dijeron que teníamos mucha suerte por ir a ese centro y la verdad es que fue así", recuerda esta ucraniana de 34 años, que junto a su familia vivió cinco meses en el centro.
Lo hicieron en uno de los 16 apartamentos que las familias gestionan de manera autónoma, a diferencia de los refugiados que llegan solos, que utilizan el servicio de comedor diario.
Halyna y su marido se han comprado un piso y firmado una hipoteca, trabajan en el mismo restaurante -ella era contable en su país-, su hijo mayor "recibe notas de 10 en español" y el pequeño de año y medio "está muy adaptado". Ahora en sus ratos libres hace labores de intérprete para sus compatriotas que huyen de la guerra y "llegan perdidos".
A diferencia de ellos, a los que se les concede autorización para residir y trabajar, a Halyna le denegaron el asilo cuando llegó a España. Sin embargo, tanto ella como su marido han trabajado desde entonces y les ha permitido obtener un permiso de residencia por arraigo laboral.
Objetivo: lograr la nacionalidad después de dejar Venezuela
La historia de Juana Blanco se repite de forma bastante habitual en España desde 2019, cuando a raíz de la crisis política y humanitaria de Venezuela el Gobierno comenzó a conceder protección a estos ciudadanos por razones humanitarias.
Precisamente este 20 de junio, se cumplen tres años de la llegada a España de Juana y su marido, que un año antes habían partido de Venezuela hacia Perú. Cuenta su historia con su pequeña Jara en brazos, que el próximo 6 de agosto cumplirá tres años.
Nació cuatro días después de llegar a Sigüenza. "Todo fue espectacular. Hasta ahora nos han brindado la ayuda que hemos necesitado", agradece esta socióloga de 27 años, que recuerda que inicialmente les denegaron el asilo, aunque les dieron protección por razones humanitarias. Su autorización ha variado desde que trabaja: tiene un permiso de residencia temporal y trabajo por cuenta ajena.
Juana, su marido y la pequeña Jara compartieron apartamento con una familia colombiana primero y después con una ucraniana. Mientras, se formó en hostelería en el parador de Sigüenza y a los seis meses se fueron a vivir a un piso de alquiler.
"Es complicado encontrar, la gente quiere garantías de que le vas a pagar, no se fían, te piden las dos últimas nóminas o el contrato de trabajo y obviamente todavía no tenemos trabajo", subraya Juana, que señala que gracias a la mediación de un trabajador del centro, les alquilaron el piso en el que continúan viviendo.
Su próximo objetivo es lograr la nacionalidad española. Ya tiene cita para la prueba de conocimientos que les exigen: "A ver si lo logramos para estar un poco más tranquilos".
De ingeniero agrónomo en Argelia a trabajador social en España
Quien sí tiene doble nacionalidad es Driss Sadi Miri, argelina y española, tiene 58 años, está casado y dos hijos nacidos en España. Es el trabajador social que ayudó a Juana a encontrar piso.
Pero Driss no imaginaba así su vida cuando llegó a Barcelona hace 30 años -"el último día de los Juegos Olímpicos"- huyendo de uno de los capítulos más dramáticos de la historia de Argelia, la "década negra", una guerra civil que costó la vida a cerca de 300.000 personas.
"Era activista y tuve que irme por motivos políticos. Me marché con otro compañero y llegamos con visado de turista", relata este ingeniero agrónomo, que admite que su intención era irse a Canadá a continuar su formación, pero no pudieron hacerlo por falta de medios económicos.
"La vida es así. Luego me gustó España, me quedé, aprendí el idioma...", rememora este argelino para el que sólo el hecho de abandonar tu país y llegar a otro sin saber el idioma "es un choque grande, pero en ese momento eres joven y vienes con la idea de que tienes que empezar desde cero".
Hasta 1994 estuvo sin papeles, España creó después una figura específica para los argelinos que les otorgaba un permiso especial para vivir y trabajar. Driss comenzó a colaborar como intérprete en el centro, se sacó el título de mediador, un máster y desde hace tres décadas ayuda a otros que han pasado por lo mismo que él.
No solicitó la nacionalidad después de diez años viviendo en España -como permite la ley-, lo hizo cuando nacieron sus hijos. "A lo mejor yo no lo necesito, pero mis hijos sí, son españoles, han nacido aquí y Argelia para ellos es el país de sus padres", recalca.
Driss tardó nueve años en regresar por primera vez a su país, pero ahora intenta ir al menos una vez al año. En alguna ocasión ha pensado en volver, pero a su edad ya lo descarta: "Tenemos una vida corta y uno no va a empezar cada diez años de cero".
El centro de refugiados, un centro dinamizados en Sigüenza
En estos 30 años de vida del centro, Driss ha constatado la evolución del propio pueblo con la migración. "Antes éramos doce y si salías a tomar algo al bar todo el mundo se giraba. Ahora todas las empresas y los bares tienen trabajando un porcentaje alto de extranjeros".
El centro se ha convertido en "un actor más del municipio", explica la responsable de Accem en Sigüenza, Ana Belén Sanz, que subraya que durante estos años ha habido que hacer una "labor de conocimiento, de acercamiento y de participación" pero ahora la realidad de la localidad "tiene una diversidad cultural enorme".
"Se manejan en torno a 40 o 45 lenguas diferentes, hay diversidad en las aulas, en todas las empresas hay personas extranjeras, el centro se ha convertido en un elemento dinamizador del territorio", concluye.
Raquel de Blas para EFE